PENSAR NO ES FILOSOFAR
Lucero González Suárez
Víctor Ignacio Coronel Piña.
noche_oscura27@yahoo.com.mx
Mi escrito es como un manifiesto. En modo alguno invita a callar.
Nietzsche.
ABSTRACT: Para ubicar de manera clara el sentido de la enseñanza de la filosofía consideramos relevante abordar la distinción entre el filósofo y el pensador. La pregunta que motiva estas líneas es la delimitación de los “campos” del filósofo y del pensador. Reconocemos que, tanto en el lenguaje ordinario como en el filosófico, dichos términos se utilizan de manera indistinta, como si fuesen sinónimos. Nosotros partimos del reconocimiento de que ese uso indistinto conduce a equívocos porque el ejercicio filosófico presupone un conjunto de aspectos que no están presentes en el pensar.
Distinguir entre ambas figuras contribuye de manera significativa a la formación filosófica y humanística, porque la auténtica labor de la enseñanza filosófica y de la educación crítica no consistie en la repetición irreflexiva de preguntas planteadas por los filósofos; se trata de hacerlas suyas y de encontrar una respuesta propia. A través de la caracterización y del constraste que abordamos en el siguiente punto, establecemos una clara distinción entre pensar y filosofar. Asumimos que pensar no es filosofar.
I.
Para ubicar de manera clara el sentido de la enseñanza de la filosofía consideramos relevante abordar la distinción entre el filósofo y el pensador. La pregunta que motiva estas líneas es la delimitación de los “campos” del filósofo y del pensador. Reconocemos que, tanto en el lenguaje ordinario como en el filosófico, dichos términos se utilizan de manera indistinta, como si fuesen sinónimos. Nosotros partimos del reconocimiento de que ese uso indistinto conduce a equívocos porque el ejercicio filosófico presupone un conjunto de aspectos que no están presentes en el pensar.
Distinguir entre ambas figuras contribuye de manera significativa a la formación filosófica y humanística, porque la auténtica labor de la enseñanza filosófica y de la educación crítica no consistie en la repetición irreflexiva de preguntas planteadas por los filósofos; se trata de hacerlas suyas y de encontrar una respuesta propia. A través de la caracterización y del constraste que abordamos en el siguiente punto, establecemos una clara distinción entre pensar y filosofar. Asumimos que pensar no es filosofar.
1. El filósofo tiene la pretensión de generar un sistema. El pensador genera ideas aisladas. Sabemos que sobre la idea de sistema, desde el s. XIX, y de manera más contundente en la posmodernidad, se ha producido un debate acerca del carácter totalitario y absolutista de filosofías como la de Hegel, que pretenden ofrecer respuestas últimas e inamovibles a las grandes preguntas de la filosofía occidental. Uno de los riesgos implicados en esta manera de concebir a la filosofía es la cancelación del deseable y necesario carácter dinámico de la misma. En cada época, al formarse en la tradición que le precede, el filósofo retoma aquellas preguntas que se imponen por su actualidad, para resolver dichas interrogantes desde su situación y horizonte histórico. Tal pretensión de definitividad cancela la filosofía misma al convertirla en simple adoctrinamiento. Por otro lado, sostenemos que los filósofos posmodernos siguen bordeando la idea de sistema, desde la crítica interna al mismo, porque al plantear sus interrogantes generan discursos fragmentarios que, vistos a la distancia necesaria, constituyen un todo.
¿Por qué el pensador genera ideas aisladas? Porque la conexión entre éstas puede darse únicamente de forma azarosa, en el mejor de los casos.
2. El filósofo está comprometido vitalmente con sus propias ideas. Renunciar a tal compromiso significa dejar de ser lo que es. Un ejemplo significativo y evidentemente poco conocido es el caso de Bertrand Russell, al que todos reconocemos como fundador de la lógica moderna y premio nobel de literatura; pero olvidamos su contribución en el marco de los derechos humanos: concretamente en los “Tribunales de la verdad” o “Russell”, cuya pretensión consiste en juzgar aquellos crímenes que en su momento tendrían que haber sido juzgados desde los marcos legales establecidos por el derecho internacional y que al recurrir a dicha instancia recibieron un tratamiento negligente. La evaluación moral de esos crímenes pretende incidir en el marco institucional.
En el caso del pensador el compromiso vital puede estar ausente en tanto que no hay correspondencia entre decir y actuar, o al menos no se da necesariamente.
En el pensador, esa actitud transformadora no es un rasgo esencial. Así, por ejemplo, Gramsci se refiere a los “intelectuales orgánicos” como aquellos pensadores que contribuyen a legitimar y fortalecer el control de las masas.
4. El sentido de la crítica que articula el filósofo no se limita a poner de manifiesto un conjunto de problemas que impactan de manera negativa en la sociedad y en el individuo. Su propósito desborda esa cuestión, en tanto que pretende apuntar algunos aspectos que posibiliten un cambio. Pensar que la crítica es un mero discurso vacío de contenido social significa no entender el sentido pleno de la crítica filosófica.
En el pensador únicamente existe el interés de mostrar y comunicar al mundo que existe una situación dada, poco favorable para la humanidad sin que eso derive en una pretensión transformadora; de la que el filósofo no puede prescindir.
5. La posición filosófica entraña una ruptura con la sociedad, en la medida en que sus cuestionamientos, desde la mirada social –generalmente acrítica y cerrada- atentan contra los prejuicios, creencias y dogmas que constituyen el fundamento de ésta. Recuérdese algunos casos significativos de la historia de la filosofía como el de Sócrates, Giordano Bruno y Tomás Moro. Esa ruptura con la sociedad implica una valoración que permite reconocer que el estado de cosas actual es susceptible de perfeccionamiento.
El pensador puede cuestionar algunas prácticas sociales de manera superflua y emitir opiniones, sin que éstas tengan un sustento antropológico, político ni ético. De manera que su opinión tiene el mismo valor que la de cualquier otro sujeto.
6. El filósofo retoma algunas preguntas de la tradición para situarlas en su propio contexto de vida, considerando lo que otros han dicho al respecto pero no con la finalidad de repetirlo, sino de ver qué aspectos se pueden salvar desde la realidad concreta en la que está viviendo y en ese sentido retomarlos; o para generar una argumentación las soluciones dadas por quienes le preceden. La filosofía no es ni será nunca una repetición sino una construcción de propuestas originales.
El pensador es un divulgador de las ideas y de los lugares comunes. En ese sentido no genera un pensamiento propio. Lo que hace es tratar de exponer de manera más accesible las tesis filosóficas, cuya comprensión resulta, para la mayoría, compleja. Esa faceta del pensador como facilitador de las ideas no debe inducir al equívoco de que no es necesario confrontarse con la interpretación de los textos.
7. La filosofía es un fin es sí mismo porque no se da en función de intereses ajenos; porque sus contribuciones no obedecen a un posicionamiento personal sino que son el reflejo de inquietudes vitales permeadas por el espíritu de la época.
Un periodo de la historia en el que se pone de manifiesto la ausencia de autonomía de la filosofía es la Edad Media, en tanto que se convierte en un instrumento de la teología.
El quehacer del pensador es instrumental porque en más de una ocasión obedece a intereses ajenos que reflejan convicciones que no son las suyas.
8. El filósofo se enfrenta de manera constante al rechazo social en dos sentidos. Por un lado, debido a la incompatibilidad de sus ideas, al transitar caminos heterodoxos y criticar lo socialmente aceptado. Por otro lado, la filosofía requiere de la capacidad de abstracción profunda como un aspecto necesario pero no suficiente para su práctica. Aspecto ausente en la mayoría de las personas, que produce un alejamiento del discurso filosófico.
El pensador goza de un respaldo social porque su pretensión rectora es que sus ideas tengan eco en la multitud, sin que eso suponga un entendimiento profundo de éstas.
9. El discurso filosófico es atemporal. No busca una efectividad que se mantenga sólo en el momento en el que escribe sino que resulta significativo para otros momentos. Los textos filosóficos clásicos son aquellos que nos permiten problematizar un conjunto de situaciones que rebasan su propio contexto histórico y, en ese sentido, se pueden insertar en otro.
El discurso del pensador se crea con la finalidad de ser efectivo, pero esa “efectividad” se limita al momento concreto en que es pronunciado, por lo que cancela, desde el origen, la posibilidad de ser considerado para otros momentos.
III.
Ahora que ya hemos establecido las bases para diferenciar las figuras del filósofo y el pensador, nos parece importante precisar algunos aspectos. Consideramos filósofo a quien posee o está en proceso de adquirir los atributos ya mencionados. Sin embargo, es importante aclarar que para ser filósofo no es suficiente haber realizado estudios universitarios. Existen casos de filósofos que sin haberse formado profesionalmente en la filosofía ha contribuido de forma notable en la construcción de su historia. Nietzsche es un ejemplo significativo de lo anterior. Al mencionarlo queremos poner de manifiesto que cursar estudios de filosofía no es sinónimo de ser filósofo. Aunque reconocemos que la formación académica tiene un peso significativo, juzgamos que la mayoría de las características mencionadas no surgen en las aulas; se construyen como resultado de un trabajo personal suscitado mediante el diálogo intersubjetivo. Específicamente, el compromiso vital, la actitud transformadora ni la originalidad son atributos que se puedan enseñar.
La inclinación natural hacia la búsqueda del saber es algo intransmisible y lamentablemente ausente en el pensador. En ese sentido, lo que queremos hacer notar es que el profesional de la filosofía, en el caso más afortunado, alcanza la categoría de pensador. Podemos incluso imaginar el caso de alguien que ha recibido una formación filosófica excelsa y que, a pesar de ello, no es filósofo en la medida en que reconoce las ideas de otros, las valora e incluso las puede criticar, pero no genera propuestas propias. Esto último, no porque haya recibido una educación deficiente. El filosofar implica el conocimiento, la crítica de la tradición y la propuesta. Aquel que no llega a esta última fase no es filósofo.
ESTUPENDO TRABAJO. QUISIERA CONOCER MÀS ACERCA DE ÈL, DONDE PUEDO CONSEGUIR MÀS INFORMACIÒN SOBRE ESTE TEMA? ¿QUIENES SON LOS CREADORES DE ESTE? SIN EMBARGO ME GUSTARÌA EXPONER ALGUNOS PUNTOS EN LOS QUE NO CONCUERDO, AHORA NO LO HARÈ, ES MUY TARDE. NO OBSTANTE ENTRARÈ PARA DEBATIR EN ESTA INTERESANTE LECTURA.
ResponderEliminar